Reflexión sobre política territorial

Leyendo un libro sobre la guerra civil española, pienso que han pasado sólo unos 70 años desde los hechos. Fue casi ayer cuando los políticos y militares metidos a políticos decidieron echarnos a pelear en defensa de la república y contra ella. Qué difícil se me hace imaginar que yo pueda pegar un tiro en defensa de la república o de cualquier otra gaita ideológica (ya sé que las cosas no son tan simples). Hoy día, cuando veo la actitud de algunos políticos, tengo la sensación de que les falta un paso para echarnos a pelear otra vez en defensa de otros ideales: estatutos, soberanía popular, identidad de un pueblo y otras zarandajas. Siento que los políticos diseñan e inventan problemas donde no los hay para servir a sus deseos e intereses. En Cataluña no había un problema con su identidad o con su sentimiento de pueblo diferente. Pero los políticos lo han creado; esos políticos enfermos de poder y podridos de ambición, no pararán. La violencia de sus actos y palabras, aunque civilizada, es fundamentalista y extremista: no saben moverse en los medios de las cosas. Me los imagino, en casa, regañando a un hijo despistado, porque diga buenos días en castellano en lugar de en catalán.

Por la calma de todos: arbitren mecanismos e instrumentos que nos protejan de estos políticos. Por ejemplo: no pueden enarbolar como texto sagrado un estatut que sólo apoyó el 50% de los posibles votantes. Ése no es un texto para todos los catalanes. Por ejemplo: permitan la celebración de referéndums “por salud pública”, para comprobar la opinión de la sociedad sobre hechos relevantes, como una Cataluña independiente, para que no nos cansen con la hipótesis de que el pueblo catalán quiere ser soberano, cuando lo que parece es que el pueblo catalán, como el español, lo que quiere es que esa minoría política ruidosa los deje en paz.

Me da la impresión de que el político-servidor de Estado está desapareciendo. Nos encaminamos hacia un modelo político a la italiana: el político hace como que trabaja para el ciudadano para luego dedicarse a sus asuntos de poder. España, como democracia joven, perdió su oportunidad de ser mejor que otros; hemos cometido los mismos errores, y no hemos copiado los aciertos de democracias de calidad. Será esto lo que nos merecemos.

Las entrañas de la derrota

Nadal nos conmueve porque a pesar de ser un as en su deporte, lo vemos humano, vencible, sufridor y frágil. Ya ocurrió en su paréntesis emocional del 2009 y ocurre ahora con la tormenta de Djokovich.

Nadal no hizo bien el domingo lo que mejor sabe hacer: su fuerza mental en los momentos clave en los que otros dimiten. Ahí lo vimos humano. Cuando todos empujábamos desde la silla para ganar esos puntos (5-4 primer set, 30-0) nos encontramos con un tenista mediocre superado por la tensión. Sentimos compasión hacia él. ¡Qué grande es y qué  pequeño! ¡Cómo devoró a Federer en situaciones similares y cómo se dejó engullir el domingo! Y es que, como cualquiera de nosotros, no puede evitar que la figura del serbio se haga presente e inmensa justo en esos momentos. La cara de Nole, tras la red, con los ojos abiertos y fijos en la pelota, pendiente del resto como si la vida le fuera en ello, lleva un extra: «voy a poder contigo como ya lo he hecho en cuatro finales este año. Ni tu fuerza, ni tu experiencia, ni tu tesón te van a librar de mi tenis». Y Nadal sucumbió. De no haberlo hecho, el brillo de su figura como tenista sería aún mayor.

En sus palabras tras el partido, el español habló en esta línea para explicar su derrota. Con franqueza dijo que no se había obsesionado con las derrotas precedentes, pero que sin duda éstas aparecieron en algún momento del partido. No debe amilanarse por ello. Le ha pasado justo al revés a Federer. El más grande de la historia de este deporte se atascó con Nadal cuando éste empezó a ser mejor tenista más allá de la arcilla. Sus lágrimas de frustración tras la derrota en la final de Australia de 2009, indicaban que su rivalidad con Nadal estaba desequilibrándose en una dirección, agrandando la figura del balear, haciendo cada vez más pequeña la del suizo. Cada vez más confiado y seguro el primero, cada vez más dubitativo  y blando, el segundo. Y como el tenis es un estado de ánimo, cada partido entre ambos era una radiografía de sus emociones. Nadal, ilusionado, sólido, rayando la perfección y la madurez; Federer, mascullando su final, con un tenis barnizado por su exquisita calidad, pero a veces cansado, sin propuestas alternativas ante retos contemporáneos. Desde entonces, con Nadal mermado mentalmente, Federer  ganó Roland Garrós y Wimbledon ese año, y Australia y la Master Cup al siguiente, disfrutando de las finales en las que no se encontraba al español, sólo superándole claramente en las postrimerías del año 2010, con un Nadal cansado después de un curso antológico, en la Copa Masters de Londres.

Como el deporte es justo, exigente, siempre con una sorpresa esperando tras cada victoria, ahora Nadal tendrá que hacer un intenso y sano trabajo psicológico, no tenístico. Porque si Djokovich sigue jugando así, mejor sentarse y esperar a que se le pase. Pero si duda, habrá que estar preparado para hurgar en esa duda. El serbio mostrará signos de fatiga en algún momento, porque el curso es duro y él llegó a todas las finales y las ganó, con el desgaste que ello supone. Pero entonces, Nadal deberá estar preparado para ser valiente, sin sombras en su juego, para hacer que el tenis de Nole tiemble cuando los partidos se llevan a los rincones, cuando los juegos se empantanan y los puntos clave aparecen sin avisar. Ahí estaremos todos esperando, ilusionados.

Nadal cae ante su fantasma

Nadal  está en todas las finales de este año: qué grande. Pero su oponente siempre es el mismo (salvo en Roland Garrós, Montecarlo y Barcelona) y cuando se lo encuentra delante, acaba siendo derrotado. Esa visión persistente del contrario debe convertirse en una imagen fija en su cerebro, muy clara, difícil de espantar. Y llegará  a su mano cuando deba ejecutar algunos puntos de su partido. La clave de esta final de Wimbledon es que Djokovich, que  no duda nunca,  tampoco lo hizo hoy con Nadal. Sabe que va a ganar, porque ve a su contrario hacer todo, probar diversas opciones, y el punto (sobre todo los claves) siempre cae de su lado. Lo peor de todo para Nadal, es que Nole lo ha copiado, le está ganando con la mejor versión de Nadal. Nadal contra Nadal y gana Djokovich.

Nadal  muta en cada superficie buscando lo mejor de sí mismo. Y lo encuentra. Ha jugado Wimbledon como si este torneo fuera un deporte y Roland Garrós otro, con apenas tres semanas de distancia. En París jugó como siempre, con largos puntos, agotando al contrario y picando con crueldad donde encuentra su fragilidad, enfangado en el polvo de ladrillo como un albañil en plena faena; en Londres desboca su tenis, lo hace más agresivo e imprevisible, sube a la red con valentía, se pasea por el césped como un señor vestido de blanco en una tarde de domingo. Y así empezó la final: muy agresivo, soltando su derecha con acierto, con buen servicio, ganando sus juegos con facilidad y presentando cierta oposición cuando su contrario sacaba. Sólo dos cosas no cuadraban: más errores no forzados que su rival (no demasiados) y una mirada de honda concentración de Nole, que reflejaba nervios y momento único. De pronto, aparece el escenario en el que ha crecido este enorme tenista que es Djokovich: Golpea todo desde todos los ángulos, corre, apoya y dispara, corta bolas, esmacha bien, dibuja golpes de fantasía; e invita a Nadal a su espectáculo, quien lejos de estorbarle, incluso le ayuda llevando siempre la bola hasta su posición sin provocar en Nole corrección alguna de sus pies, con lo que la perfección de su tenis aumenta hasta hacerse inalcanzable. Así consiguió romper el saque de Nadal en el décimo juego (6-4, con dos segundos saques de nadal en los puntos decisivos y una última bola que Nadal se juega y que se queda en la red) y así creó un segundo set maravilloso, pleno de aciertos, con lección de tenis incluida, corriendo como Nadal, sacando con estilo, variación y colocación, con alguna volea estilo Federer, con la derecha de Soderling… El tenista perfecto. La tormenta que cayó sobre Nadal, ahogado ante el tenis que derramó el serbio en la central del All England Club.

En el tercero, Djokovich descansó y se preparó para la ansiedad que vendría, sabedor de que ya había ganado la final, pero sólo faltaba reganarla eso que es tan difícil y que sólo está al alcance de unos pocos. Dio un paso atrás en la intensidad de su tenis, Nadal ocupó entonces ese espacio, físico y mental, y creyó en sus posibilidades después de devolver el 6-1 del segundo set. El cuarto empezó bien, pero cuando le tocó apretar a Nole, para hacerle dudar, cedió su juego (2-0). Para gozo del público londinense que tanto lo idolotra, igualó a 3. Pero ahí se quedó. Obligado a apretar, acelerando siempre la pelota, con el riesgo pegado a su empuñadura, sin el recurso del peloteo que siempre caía del lado de Nole y fallando ahora primeros servicios, Djokovich dejó que Nadal perdiera el partido, primero arrebatándole el servicio en el 8º (4-3) y luego sirviendo con precaución y finura, dejando fluir sus nervios, permitiendo los errores de ansiedad de su rival.

No habrá explicación para la derrota en las estadísticas: hasta sacan igual en velocidad y en acierto, 15 errores no forzados de Rafa por 12 de Nole, 21 golpes ganadores de Rafa por 27 de Nole. No es aquí donde está el problema. Rafa no gana porque hay alguien que es mejor; y lo único que lo hará menos bueno es que dude, ya se sabe. Y Rafa no lo hace dudar. Rafa hace a Djokovich más grande, más perfecto, más completo, porque Rafa es muy bueno, pero Nole le gana con calma, sin violentarse, sin épicas, con tenis, con pies, con golpes sutiles y otros virulentos, sacando con estilo e imaginación, volando por la pista, desplazándose en el fondo con fuerza y agilidad. Cuando Nole vuelva a la normalidad, veremos partidos igualados; hasta entonces, disfrutemos de lo que Rafa nos regala cada vez que empieza un torneo.