Las entrañas de la derrota

Nadal nos conmueve porque a pesar de ser un as en su deporte, lo vemos humano, vencible, sufridor y frágil. Ya ocurrió en su paréntesis emocional del 2009 y ocurre ahora con la tormenta de Djokovich.

Nadal no hizo bien el domingo lo que mejor sabe hacer: su fuerza mental en los momentos clave en los que otros dimiten. Ahí lo vimos humano. Cuando todos empujábamos desde la silla para ganar esos puntos (5-4 primer set, 30-0) nos encontramos con un tenista mediocre superado por la tensión. Sentimos compasión hacia él. ¡Qué grande es y qué  pequeño! ¡Cómo devoró a Federer en situaciones similares y cómo se dejó engullir el domingo! Y es que, como cualquiera de nosotros, no puede evitar que la figura del serbio se haga presente e inmensa justo en esos momentos. La cara de Nole, tras la red, con los ojos abiertos y fijos en la pelota, pendiente del resto como si la vida le fuera en ello, lleva un extra: «voy a poder contigo como ya lo he hecho en cuatro finales este año. Ni tu fuerza, ni tu experiencia, ni tu tesón te van a librar de mi tenis». Y Nadal sucumbió. De no haberlo hecho, el brillo de su figura como tenista sería aún mayor.

En sus palabras tras el partido, el español habló en esta línea para explicar su derrota. Con franqueza dijo que no se había obsesionado con las derrotas precedentes, pero que sin duda éstas aparecieron en algún momento del partido. No debe amilanarse por ello. Le ha pasado justo al revés a Federer. El más grande de la historia de este deporte se atascó con Nadal cuando éste empezó a ser mejor tenista más allá de la arcilla. Sus lágrimas de frustración tras la derrota en la final de Australia de 2009, indicaban que su rivalidad con Nadal estaba desequilibrándose en una dirección, agrandando la figura del balear, haciendo cada vez más pequeña la del suizo. Cada vez más confiado y seguro el primero, cada vez más dubitativo  y blando, el segundo. Y como el tenis es un estado de ánimo, cada partido entre ambos era una radiografía de sus emociones. Nadal, ilusionado, sólido, rayando la perfección y la madurez; Federer, mascullando su final, con un tenis barnizado por su exquisita calidad, pero a veces cansado, sin propuestas alternativas ante retos contemporáneos. Desde entonces, con Nadal mermado mentalmente, Federer  ganó Roland Garrós y Wimbledon ese año, y Australia y la Master Cup al siguiente, disfrutando de las finales en las que no se encontraba al español, sólo superándole claramente en las postrimerías del año 2010, con un Nadal cansado después de un curso antológico, en la Copa Masters de Londres.

Como el deporte es justo, exigente, siempre con una sorpresa esperando tras cada victoria, ahora Nadal tendrá que hacer un intenso y sano trabajo psicológico, no tenístico. Porque si Djokovich sigue jugando así, mejor sentarse y esperar a que se le pase. Pero si duda, habrá que estar preparado para hurgar en esa duda. El serbio mostrará signos de fatiga en algún momento, porque el curso es duro y él llegó a todas las finales y las ganó, con el desgaste que ello supone. Pero entonces, Nadal deberá estar preparado para ser valiente, sin sombras en su juego, para hacer que el tenis de Nole tiemble cuando los partidos se llevan a los rincones, cuando los juegos se empantanan y los puntos clave aparecen sin avisar. Ahí estaremos todos esperando, ilusionados.

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